sábado, 20 de enero de 2018

La Guerra Federal Venezolana



La Guerra Federal  




Guerra civil venezolana, también conocida con el nombre de Guerra Larga, Revolución Federal o Guerra de los Cinco Años, utilizada esta última denominación por aquellos historiadores que sitúan el comienzo de la guerra con los primeros alzamientos ocurridos contra el recién instaurado gobierno de Julián Castro (mayo-julio 1858).

Con la Revolución de Marzo de 1858, comenzó la cadena de acontecimientos que encendió la chispa de la Guerra Federal. Bajo la dirección de Julián Castro, el movimiento insurreccional prometía liberar a todos los trabajadores, sirvientes y campesinos que tomaran las armas de las deudas que tuvieran con sus patronos, sumas éstas que serían financiadas por la Tesorería nacional al triunfar la revolución. Pero, una vez consolidado el nuevo gobierno, el predominio del elemento conservador en su seno junto con las medidas de retaliación contra cualquier intento de oposición, reavivaron la lucha.
El 7 de junio de 1858, un decreto del presidente Castro ordena la expulsión de Venezuela de Juan Crisóstomo Falcón, Ezequiel Zamora, Wenceslao Casado, Antonio Leocadio Guzmán,  José Gabriel Ochoa, Fabricio Conde y otros futuros jefes de la contienda armada, mientras en los valles de Aragua, en la sierra de Carabobo y en los llanos de Portuguesa se levantan en armas, bandas de «campesinos armados», bajo el liderazgo de «hombres oscuros» (es decir mestizos) como Zoilo Medrano o José de Jesús González,  el Agachado, quien había acompañado a Zamora en la rebelión de 1846. Mientras la insurrección se extendía, el Gobierno se encontraba cada vez más  incapacitado para suprimir tales estallidos; a medida que se propagaba la revuelta, se aceleraban su vigor y su ritmo.
Rumores de que el Gobierno de Casto se proponía restablecer la esclavitud y que los hierros que se utilizaban para marcar los sacos de añil serían, en realidad, hierros para marcar a los futuros esclavos, servían para exaltar el terror de las poblaciones rurales a las cuales se les decía, además,  que iban a ser vendidas a los ingleses quienes, supuestamente, iban a utilizar su carne para hacer jabón y sus huesos para fabricar mangos de cuchillos y de bastones.
En respuesta, las consignas de: «¡Mueran los blancos!» y «¡Hagamos una nación para los indios!», eran muestras del grado de violencia alcanzado. Mientras tanto, la reunión en Valencia de una Convención Constitucional intentaba traducir los principios de la Revolución de Marzo en términos de un programa político.
Los diputados liberales ante la Convención se hicieron voceros de un sistema federal de gobierno, el cual, junto con el sufragio universal era, según ellos, «…lo que se necesitaba para asegurar la estabilidad de Venezuela…»
La nueva Constitución del 31 de diciembre de 1858 buscaba conciliar los puntos de vista liberales y conservadores. Sancionaba el sufragio universal de varones, reafirmaba la abolición de la esclavitud y esbozaba unas reformas en sentido federalista con la elección de gobernadores de provincia y mayores poderes para los municipios.
Pero, en realidad, la nueva Carta Magna se encontraba desfasada con relación al desarrollo de los acontecimientos en el país. Desde el destierro, en las vecinas islas caribeñas de Curazao y Saint Thomas, los jefes liberales expulsados en junio de 1858 se organizaban, preparaban tropas, elaboraban programas (destacándose  entre ellos el Programa de Federación, elaborado en Saint Thomas por la Junta Patriótica de Venezuela, presidida por Félix María Alfonzo). En agosto de 1858, un intento de los liberales para derrocar a Julián  Castro, conocido como La Galipanada, es debelado y fracasa; pero el domingo 20 de febrero de 1859, el comandante Tirso Salaverría, seguido de 40 hombres, asalta con éxito el cuartel de Coro, se apodera de 900 fusiles y lanza el «Grito de la Federación», cuya fecha pasará  luego a formar parte del escudo nacional, al lado de la fecha del 19 de abril de 1810. La guerra había empezado.
La Guerra Federal no involucró a todo el territorio venezolano. Los combates más  importantes quedaron circunscritos a la zona de los llanos altos y bajos (el territorio de los actuales estados Barinas, Portuguesa, Cojedes, Apure y Guárico);  varios brotes se registraron en la zona central (estados Falcón, Lara, Yaracuy, Carabobo y Aragua), así como en el oriente (principalmente en el territorio de los estados Anzoátegui  y Sucre), pero se trataba en estos casos de actividades de guerrilla que sólo lograron cobrar importancia en los últimos meses de la contienda. Regiones enteras del país, como los Andes, Guayana y el Zulia se mantuvieron prácticamente  al margen de la lucha.
En los Andes, particularmente, se rechazaron, en varias oportunidades, las incursiones de los «vándalos  de Apure», como así los llamaron.
Los efectos de la guerra sobre la economía del país han carecido de una evaluación precisa. Si bien es cierto que la ganadería quedó disminuida (resultado lógico de la concentración de los combates en las zonas de tradición pecuaria), aunque las estimaciones dadas de 7.000.000 de cabezas de ganado perdidas han sido fuertemente cuestionadas con toda la razón, por el historiador Eduardo Arcila Farías en vista de su falta de verosimilitud, otros rubros de la producción no sufrieron igual mengua. El café, en particular, extiende su predominio en la zona andina y, en Guayana, se inicia el ciclo del «boom algodonero» provocado por las incidencias de la Guerra de Secesión de Estados Unidos (1860-1865).
El problema aquí surge, en gran parte, debido a la carencia de cifras, producto del desbarajuste de los organismos de control y fiscalización de las aduanas; pero la falta de documentación estadística no equivale siempre a una ausencia de producción. Para lograr una comprensión del fenómeno, conviene analizar la Guerra Federal desde el triple aspecto militar, político y social. Durante el tiempo en que duró la contienda armada, el debate político, centrado en Caracas, giró en torno a la oposición tradicional entre los sectores liberales y conservadores. 
Roto el consenso inicial de la Revolución de Marzo de 1858, Julián  Castro buscó la alianza de uno u otro bando con el fin de lograr su propia permanencia en el poder. Sus maniobras, sin embargo, sólo lograron acelerar su caída (1.8.1859); el  establecimiento de un efímero Gobierno provisional federalista que dura menos de 24 horas y que, después del episodio de La Sampablera (2 de Agosto de 1859), es reemplazado por un nuevo Gobierno de tendencia conservadora. Sin embargo, dentro del propio Partido Conservador, se enfrentan 2 tendencias: la de los «constitucionalistas» o «legalistas», voceros de un Gobierno civilista y que apoyan a Manuel Felipe de Tovar y Pedro Gual; y la de los «dictatoriales», encabezados por Pedro José Rojas, quienes promueven la figura de José Antonio Páez  como única salida para restablecer la paz.


El segundo regreso de Páez  a Venezuela, en marzo de 1861, sirve para agudizar estas tensiones que resultan en el derrocamiento del presidente Pedro Gual (2 de Agosto de 1861) y la proclamación de una dictadura, encabezada por Páez  pero dirigida, en realidad, por Pedro José Rojas. Con la instauración de este gobierno dictatorial, el partido conservador quedó formando agrupaciones sin dirección y sin programa específico; y es dentro de este contexto que debe entenderse el documento redactado y firmado por representantes de la burguesía comercial caraqueña (el sector civilista del conservadurismo), quienes, dirigiéndose a la Cancillería británica  a través de la misión diplomática  inglesa en Caracas, imploraban la intervención de Inglaterra, a cambio de la oferta de «…desprenderse del territorio de la Guayana y negociarlo con la Gran Bretaña, pagando con él la deuda extranjera contraída con súbditos ingleses, y además  la deuda externa de la República…» (22 de Noviembre de 1861). Se trataba, en ese sentido, de pedir una intervención, tanto contra los insurgentes federalistas como contra el Gobierno paecista que había iniciado, para esa fecha, unas conversaciones con Falcón en busca de un entendimiento político. Estas conversaciones, llevadas a cabo en la sabana de Carabobo (diciembre 1861), no lograron resultado favorable, prolongándose  la lucha hasta las negociaciones del Tratado de Coche, en abril de 1863.


En el plano militar, la Guerra Federal fue, esencialmente, una guerra de guerrillas. Fue, también, en sus inicios por lo menos, la primera contienda armada en que se utilizó la recién instalada red del telégrafo eléctrico como medio de información; pero, al poco tiempo, la destrucción de los cables y de las estaciones telegráficas  paralizaría este servicio. Sólo durante el primer año (febrero 1859-febrero 1860), se puede hablar de una unidad de mando en el seno del Ejército federalista, en el desempeño de la cual Ezequiel Zamora, hasta su muerte inesperada en San Carlos (10 de Enero de 1860), demuestra unas destacadas cualidades como estratega.
Tres grandes batallas constituyen hitos de excepción en el desarrollo de los combates: la de Santa Inés (10 de Diciembre 1859) en que Zamora, al mando de 3.400 hombres, derrota al Ejército del Gobierno de 2.300 hombres, bajo el mando del general Pedro Ramos, con un saldo de 1.200 bajas entre ambos bandos aproximadamente; la batalla de Coplé (17de Febrero 1860) en que las fuerzas gubernamentales del general León de Febres Cordero derrotan al Ejército federalista bajo el mando del propio Falcón que contaba 4.500 hombres, y la batalla de Buchivacoa (días 26 y 27 de Diciembre 1862) en que los generales federalistas Manuel Ezequiel Bruzual y José González,  al mando de unos 3.000 hombres, derrotaron a los 2.500 soldados del general Facundo Camero. Pero, en realidad, fue la batalla de Coplé la que decidiría el curso general de la guerra. Después de la derrota sufrida, Falcón resuelve dispersar su ejército y, prácticamente  hasta la negociación final, salvo en la batalla de Buchivacoa antes mencionada, el resto de los encuentros armados no involucró, en promedio, a más  de 300 combatientes en uno y otro bando. Según los datos compilados por Manuel Landaeta Rosales, entre 1859 y 1863, se libraron 2.467 acciones guerrilleras y 327 «batallas» que conforman el marco de referencia para la cronología militar de la Guerra Federal.
El saldo en vidas de la contienda no se ha podido determinar con precisión: las estimaciones varían entre 150.000 y 200.000 muertos (sobre una población total de aproximadamente 1.800.000 hombres, o sea entre un 8% y un 11% de la población del país), aunque es necesario señalar que la malaria y las disenterías cobraron probablemente un número mucho mayor de víctimas que los combates propiamente dichos. Desde un punto de vista demográfico,  además  de la pérdida en vidas humanas, la Guerra Federal generó un importante proceso de movimiento de poblaciones, tanto por los combatientes que desplazó dentro de los teatros de operaciones guerrilleras como por las migraciones que suscitó, particularmente desde los llanos de Barinas y Portuguesa hasta la zona andina.
En la Guerra Federal, la dirección política de la insurrección, especialmente después de la muerte de Ezequiel Zamora, la desempeñan los terratenientes, capas sociales de la pequeña burguesía urbana y caudillos militares ideológicamente aburguesados, oprimidos pero no explotados por el orden político dominante…» Este hecho ayuda a entender el desfase, particularmente durante los inicios de la contienda, entre los manifiestos que justifican la rebelión y la reacción popular que suscitan.
El programa político del propio Zamora era de naturaleza esencialmente intelectual, primordialmente político y más  bien moderado que radical: exigía la abolición de la pena de muerte, la prohibición perpetua de la esclavitud y el sufragio universal combinado con el principio alternativo de gobierno. Pero, el «Grito de la Federación» traía consigo nuevamente la irrupción violenta en el escenario venezolano de las masas llaneras. Al igual que en 1813-1814 con las huestes de José Tomás  Boves, el ansia igualitaria de la «sociedad llanera» se enfrenta a la «sociedad jerárquica»  que de hecho, han mantenido las instituciones republicanas del país. Más  que una «insurrección campesina», en el sentido europeo de la palabra, la Guerra Federal presenció un renovado intento de fusión entre 2 realidades sociales y raciales, blancos contra razas mezcladas, de la Venezuela agraria.
Por ello, el período de 1859 a 1860, cuando la insurrección se concentra y cobra fuerza en los llanos apureños, portugueseños y barineses, es visto como el año de la gran amenaza, de la grande peur. De allí la insistencia de muchos autores en destacar los aspectos de «barbarie» que caracterizaron muchos episodios de la contienda.
Muerto Zamora y dispersado el Ejército federalista después de la batalla de  Coplé, el impacto social del movimiento se atomiza. Las tropas federales, armadas de formularios en blanco firmados por Falcón o por otros jefes, otorgaban ascensos y títulos militares a lo largo y ancho del país.
Como señala José Gil Fortoul «…había coroneles y capitanes analfabetos, y antiguos esclavos convertidos en generales; ellos no sabían leer ni escribir, pero todos tenían licencia para saquear, destruir y matar…» Sin embargo, en términos de sus consecuencias, la Guerra Federal no modificó las estructuras de una sociedad agraria tradicional. La solución conciliatoria adoptada con la firma del Tratado de Coche, en abril de 1863 consagró el triunfo nominal de la Federación, aunque en la práctica  este principio político nunca pasó de ser una ficción. Falcón distribuyó liberalmente los frutos de la victoria entre él mismo y sus compañeros más  allegados. Se le atribuye en ese sentido al general federalista José Loreto Arismendi la cínica o desencantada declaración «…luchamos cinco años para sustituir Ladrones por Ladrones, Tiranos por Tiranos…» Al lado del «blancaje» que seguía en la cúspide del poder político y económico, comenzaron a figurar apellidos de «origen oscuro», surgidos de la lucha. Pero, dentro de la realidad histórica concreta de la Venezuela de mediados del siglo XIX, el fundamento material de una sociedad oligárquica  continuaba intacto. «Crisol de la igualdad social», «insurrección campesina», «guerra revolucionaria», «guerra racial», han sido algunos de los calificativos con los cuales se ha intentado caracterizar la Guerra de los Cinco Años.
El debate en torno al federalismo nunca pasó de ser un intercambio ideológico entre las élites políticas del país. Quizás,  entonces, deba buscarse el significado más  profundo de la Guerra Federal en el proceso integrador que representó para 2 sociedades venezolanas antagónicas y en pugna.

Bibliografía
Fundación Polar (1998) Diccionario de Historia de Venezuela (CDROM) Caracas

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